­­­­­­­­­El sabor a herrumbre bailaba por su boca. La noche anterior se había terminado algunas botellas de vino solo para después volverlo sobre el piso del baño. El hedor de sus ropas llegaba hasta su nariz: vómito y orines. La cabeza le punzaba y su estómago escocía, ¿en dónde estaba? Un gruñido bajo salió de su garganta. Podría preguntarse por qué lo había hecho; pero a estas alturas el simple recuerdo de lo sucedido le originaba las ganas de ahogarse en alcohol de nueva cuenta. “Debo trabajar” Se dijo incorporándose aún con vértigo, mareo que con un buen baño y un desayuno digno desaparecería, con suerte.

No tenía una profesión. Hacía trabajos de tipos varios, de jardinería en su mayoría. Ni siquiera ser el payaso borrachín y bailarín del pueblo servía para negar que en su sobriedad era un hombre altamente responsable y trabajador. Todos sentían lástima por él y él la sentía por sí mismo. Era innegable que terminaría muerto. Era innegable que algún día lo atropellarían ebrio, que en una de esas madrugadas se ahogaría en el lago sin nadie alrededor para ayudarle, que si la suerte no le abandonaba viviría algunos años más solo para después morir de cirrosis.

Cualquiera que lo viera pasaría a preguntarse del porqué de sus borracheras constantes, se preguntaría como es que le agarraba el gusto a no saber de sí, a no importarle ver a su mundo dar vueltas y desmoronarse por completo. Y todos preferían no haberlo preguntado nunca, porque el horror de “la verdad” se agolpaba en sus gargantas evitando sentir más pena por él.

Pero la verdad es más cruel que las calumnias regadas por el pueblo.

El, a quien el amor en lugar de bendecirlo lo había jodido, se ahogaba en el alcohol para olvidar su dolor, para acallar a su corazón y para sanar a las consecuencias físicas de haberse enamorado.

¿Cuántos estragos tuvo que pasar? ¿Cuántas borracheras? ¿Cuánta inconciencia?

Todos creyeron conocer su historia. Pero un gran mal le habían hecho y hasta que sus dolencias se volvieron crónicas decidieron escucharlo.

Ahora se conoce la verdad, y hoy saben que tan solo fue una víctima de las circunstancias, del odio, del desprecio y del desamor.

Y, sin embargo, aquel pobre hombre sigue pagando día a día, tambaleándose orinado y sin conciencia. Paga sus ofensas a las orillas del lago bajo la luz de la luna haciendo figurillas con los dedos, danzando o alzando sus brazos al cielo hablando consigo mismo, con Dios, con el universo o con los mil demonios que jamás iban a dejarle.

Todos ellos jamás iban a irse.

Siempre que la observaba el rubor cubría mis mejillas.

Su mirada escudriñaba todos mis secretos encontrando la verdad.

Sus labios gruesos me incitaban, me invitaban a probarlos mientras su cuerpo se movía frente a mí tentándome, retándome a tatuarlo con mis manos.

Quizás me pude haber enamorado de ella.

Pero al final de la noche ella, siempre se iba con alguien más.

Zazil Aruma

-Me gustas mucho-. confieso mientras la miro.
-¿Por qué?-. pregunta divertida y con la mirada dudosa, y yo callo.

Y si callo no es porque falten los motivos, lo que faltan son palabras. Ya no es suficiente tan solo tocarla. Ya no alcanza tan solo mirarla. Ya no basta tan solo amarla.

Amores y recuerdos.

Las rosas seguían marchitas sobre el buró. Estaban ahí como el recuerdo de un cariño que pereció junto al invierno.

Entre amores y recuerdos se va la vida y la vida suya se fue incontables veces, por eso tuvo que parar y renunciar al cariño más sincero que le habían obsequiado. Porque a pesar de los intentos y del sentimiento fugaz de enamoramiento, nada tenía futuro.

Lo sabía, lo sentía y lo lamentaba.

Aquella criatura de ojos nobles y alma buena ahora sufría la tristeza de un amor efímero y eso le partía el corazón.

¿Acaso era culpa, arrepentimiento o nostalgia? Culpa. Horrible y desgastante culpa le apretaba el pecho. Le había enamorado para al final dejarle ir. Pero la amó, eso es verdad. La quiso con cada parte de su ser e intento darle la mejor versión de sí. Versión que irremediablemente fue quebrada por mil demonios.

¡Oh que amarga condena deja un amor inolvidable! Porque se había condenado a entregarse a medias y con eso condenaba a quienes se atrevieran a amarle.